HABLA UN ESCUDO DE ORO. Graciela Orsi

Cuando caigo bien, cuando las cosas que hago dan motivo para el elogio, me ruborizo y me cubro la cara con las manos para que no se note que mi vergüenza se va transformando en una rara responsabilidad de ser mejor, de no defraudar aquellos criterios. Si así le sucediera a todo el mundo la solución sería hablar bien de todos, ¿no?

El año pasado me dieron dos escuditos de campamento, cada uno con su especial significado.

Uno es el que llevo en la solapa del saco del uniforme. Es el distintivo de la acampante que ya vivió una experiencia en campamento. Él me hace sentir con la obligación de representar en lo mejor posible a la Agrupación.

El otro escudito, es el que implica una mayor responsabilidad, más íntima: la de superarme constantemente, la de dar el ejemplo ante las chicas nuevas y ante las viejas como yo también.

Su vida refleja recuerdos inolvidables que me hacen confiar más en el futuro y en la felicidad.

Si con mis palabras parezco una chica vanidosa, se equivocan, pues lo que yo siento es orgullo por mi campamento y por ser una acampante más.

Adriana Peretti y María Majul, quienes supieron merecer esta distinción de mejor acampante por su comportamiento en Bariloche y Buenos Aires 1971, respectivamente, les toca vivir ahora estas experiencias, que no son más que nuestra formación la que nos conduce hacia un mundo adulto, a donde tenemos que llegar preparados para saber sobrellevar las difíciles tareas que nos encomendarán.

Graciela Orsi